Inmortalizando el momento
- distopiablanquerna
- 8 mar 2016
- 2 Min. de lectura
Josep Romaguera, Barcelona

Fotografía hecha por Anna Surinyach
Distopía, hipocresía o déficit de valores humanos definen el decorado en el que nos encontramos, un escenario donde es preferible invertir dinero en cubrir un evento deportivo que en denunciar la travesía de los refugiados sirios para escapar de la guerra, o cómo el auge de la malaria en el Congo es el verdugo de centenares de miles de cadáveres que se amontonan en el olvido.
El fotoperiodismo de calidad en nuestro pobre país no es financiado por los medios de comunicación -no es por falta de capital en sus arcas- sino por la falta de interés en los sucesos que golpean al mundo de manera implacable, que me temo, estimados lectores, que es un motivo más alarmante.

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Al darse esta situación nuestros fotoperiodistas contemplan en el extranjero una vía laboral que es mucho más valorada, es el caso de Samuel Aranda, fotógrafo del New York Times, que tiene la oportunidad de trabajar sobre el terreno, de cubrirse de barro para ser los ojos de todos aquellos ajenos al conflicto e informar a un número muy elevado de lectores mediante esas imágenes, que inmortalizan el momento y describen con tanta nitidez nuestra cruda realidad.
¿Cómo pretendemos estar bien informados si no se confía en aquellos que arriesgan sus vidas -sin hacer hueco a la demagogia- para colmar a la sociedad de conocimiento sobre cómo se encuentra el panorama en el mundo?

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Esta pregunta también se la formula Anna Surinyach, fotoperiodista de Médicos Sin Fronteras, que ha tenido que buscar una salida laboral en una ONG, ya que en la fantástica España su labor no acaba de atraer a los gigantescos medios, esos que supuestamente informan de la actualidad.
Una fotografía tiene infinidad de características: puede ser luminosa, gozar de un buen enfoque o poseer una alta definición; pero prefiero observar una fotografía como una potente arma descriptiva, que nos filtre sin intermediarios un gran momento en la historia, o una desastrosa crisis que ponga al planeta en jaque, esa capacidad de inmortalizar un momento determinado, sin más.
Por suerte o por desgracia –me decanto por la segunda opción- vivimos en un momento único para informar, para evidenciar, para manifestar nuestro descontento hacia esta situación, la cual nos obliga a disparar, disparar y volver a disparar… ¡Que nos queme el dedo!
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